Los recursos familiares eran muy limitados en los cuarenta y principios de los cincuenta.
No había suficiente dinero para pagar un colegio privado y al chaval lo inscribieron en un colegio público del barrio.
"Torres Garrido" era el nombre del instituto, cuyo aspecto
exterior era pulcro, clases luminosas atestadas de críos del mismo sexo,
varones, y un gran patio para jugar en los recreos.
La calefacción era inexistente por lo que nunca se sabía si el frio
era mayor dentro de las aulas o fuera en el patio. Desde luego los
chicos estaban mejor en el recreo por mucho frio que hiciera.
Corrían, jugaban a la pelota, se peleaban con la supervisión de algún
maestro que evitaba los puñetazos o patadas administrados con saña, mas
que peleas eran agarradas sembradas eso si de insultos o gestos
despreciativos hacia los componentes de las distintas pandas.
Aprender no se aprendía nada, nada en absoluto, el profesor escribía
una frase en la pizarra y les decía a los cuarenta o cincuenta chicos
que la copiaran en su cuaderno y la repitieran una y otra vez durante
una o dos horas. Luego borraba la frase, escribía otra y vuelta a
empezar.
No había explicaciones de ninguna índole, ni repaso de aritmética, lo
más tres o cuatro operaciones sencillas escritas en la pizarra y a
copiarlas y resolverlas en los respectivos cuadernos.
Tras dos horas de clase otra hora de recreo, bocadillo si es que lo
habían traído de casa, y de nuevo en la clase algún chiquillo que salía y
leía algo de lo que había escrito.
No se pagaba nada por asistir al instituto pero en la práctica pedían
una pequeña cantidad mensual que iría a los bolsillos del director o
profesores justificando ese importe como horas de refuerzo en el
estudio.
El resultado de todo se tradujo en que el pequeño fue olvidando lo
que había aprendido en la anterior escuela de frente de su casa.
Olvido multiplicar, dividir, e incluso las pequeñas nociones de
geografía o ciencias que había recibido de su querido maestro José Luís.
A Emilianito su padre o su madre le preguntaban; ¿Qué hacéis en el
colegio?; Y el se encogía de hombros sin saber que decir, al final
confesaba, escribir y leer, con lo cual no había posibilidad de
entendimiento y las preguntas o respuestas se repetían una y otra vez.
¿Pero que hacéis en la clase?, le preguntaban, y el optaba ya por no
responder, se encogía de hombros, fruncía el gesto y eso era todo.
Este chico parece tonto, era la respuesta a su mutismo, y como signo
de protesta para el instituto público dejaron de darle la asignación que
solicitaban por las clases de enseñanza extra.
Con esa actitud paterna comenzó otro calvario para el pobre chaval,
cuando el director del lugar de enseñanza le solicitaba una y otra vez
el importe mensual de las inexistentes clases de refuerzo.
¡Arribas¡, decía, debes ya dos meses. Diles a tus padres que te den
el importe, 25 pesetas, de la correspondiente mensualidad y ten en
cuenta que se acumulan dos cuotas.
Dos, tres, cuatro y seguir sumando ya que al reclamar el crio los
importes a su madre esta le respondía que no, no iba a pagar unas clases
que no servían para nada.
¡Tus buenos bocadillos te metes¡, le decía el director, por falta de
dinero no es, solo hay que ver las barras de pan que te comes cargadas
de sardinas en aceite.
Dile a tus padres que así no puedes seguir, ya debes cinco meses y en
cualquier momento estarás en la calle sin colegio y sin enseñanza.
Esto no iba a suceder, todo era un gran timo con el que los
profesores mal pagados por la dictadura, trataban de compensar sus
sueldos de miseria a costa de las miserias ajenas.
Un calvario para el chaval que gestaba en su interior un fondo de
rebeldía hacia algo que no podía comprender. Por que no pagaban, por que
el tenía que enfrentar esa situación, a que tantas preguntas, el que
culpa tenía de todo ello.
Su insatisfacción se concretaba en no hacer nada durante las clases,
cambiaba cromos, enseñaba boliches nuevos, hablaba con sus compañeros,
se tiraban pelotillas de papel unos chicos a otros.
Eso si, el rezo puestos en pie delante del crucifijo, la canción
patriótica del Cara al Sol.....con la camisa nueva, no faltaban teniendo
frente a ellos colgadas de la pared las efigies de Franco y José
Antonio, marrones, descoloridas, con caras de pocos amigos mirándoles
con severidad.
Jose Antonio a la izquierda, el crucifijo en medio y Franco a la
derecha, como es natural, fueron unas imágenes que acompañaron a cientos
de miles de niños y niñas de la posguerra.
Los dos retratos se equiparaban a Jesucristo, algo que fue creando un
poso de rebeldía y falta de fe a todo lo que representara, iglesia, fe,
crucifijo, fascismo, dictadura, falange y demás historias representadas
en esos tres símbolos de la posguerra.